viernes, febrero 13, 2009

Telegrama nocturno para Jennifer H.

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(texto originalmente publicado en el blog TWISTIN THE NIGHT AWAY, en el diario LA RAZÓN)


Telegrama nocturno para Jennifer H.



Ella sabe quién es si se la nombra con el ruido adecuado, un chillido de metal, purpurina y ron barato; dos cuartos de tintineo -pendientes de aro- y otro más de oscuridad cegada por la luz - El lobo abriendo su boca para el odontólogo. Y el resto es pesadilla y sueño.

Según para quién.
Según si para ti o para mí
o para nadie.

No escribo esto desde lugares oscuros. ¿Quién podría? El barco se va a pique y a todos les parece motivo de festejos. Escribo esto de madrugada, malamente inclinado sobre una silla que encontré hace años en la calle. Es tarde, y por costumbre, quizá, todo ha vuelto a derrumbarse en torno a mí. Escribo esto en papeles plateados arrancados de los paquetes de fortuna, en el reverso de la tarjeta del gerente del circo Roma, en las servilletas del Burger King y las facturas de bebida borradas por el tiempo. Olvida tus números, deja tus cábalas, camina, simplemente, con el despreocupado semblante girado hacia la muerte. Eres tú el hijo. Eres tú el padre. Eres tú la paloma con la pata amputada que espera en un rincón de la plaza, tragándose el cielo con avidez, como si fuera un hombre. Un hombre de Dios. Lenguas de fuego sobre todo cristo. Un ardor de estómago general, terrible, ahora que, por eso de cumplir, nos hemos devorado unos a otros el corazón.
No son sitios seguros, en todo caso. Los sitios donde escribo. En ellos todo tiene un resplandor seco que se parece demasiado a la verdad. Ayer fui al barbero. Le dije "córtame esta cabeza de sarraceno, neng. De nada me sirve ya".

Según, claro, para quién.
Según si para ti o para mí
o para nadie.

Esto es un telegrama para J. H. Ella sabe responder si se la invoca entonando con el correspondiente aliento a alcohol. Quiero tener lechuzas algún día, para enseñarles a silbar su nombre, como una cuerda blanca deshilachándose de punta a punta de la noche. Ese es mi regalo póstumo para toda la tierra que he pisado hasta hoy y que, ahora, bajo ese tonel rodante y amarillo, se despereza tímida, casi como si no fuese eterna. Tierra llamando a J.H. Y el resto es pesadilla

o sueño de un verano incierto
que has conocido sólo de
mano de pintores y
boca de discípulos.

de quién
o de qué
o de nadie.

Hundo mis pies en los días, cada vez más hondo. Y las cartas que escribo se pierden en las zarzas. Humo blanquecino y macilento que trae la inquietud del alma por toda revelación. Al menos hoy. Y ayer.

Claro que depende de qué
y de cómo
y de para quién.

Dime, J. ¿Vendrás hasta mí en estos pobres moteles que frecuento y has aprendido a amar por las películas? Tiene una rima extraña, Castilla, de ventas abandonadas, maquinaria pesada y silos a lo lejos, donde la sota de espadas, viejo paje sin dientes, escupe sobre el cielo un mejunje pálido de gachas y huesecillos de perdiz. Te gustaría. Hace siglos que no pisa por esta tierra alguien como tú. Te espero en mi habitación, bajo el burlón aleteo de la Biblia (tumbado en una cama de roble).

Dime, J. ¿Vendrás a visitarme al bar Modelo, donde aguardo impaciente la impresión de mi libro, tomando carajillos? Desde la mesa que comparto con Florín, el rumano, pueden avistarse las torres blancuzcas, desconchadas, y la alhambrada de óxido que cubre la muralla. Y el barman sonríe a los gitanos y a las putas y se atusa el pelo blanco que aún no ha empezado a ralear. Te gustaría. Aqui estaré todo este mes lento como un sol, si quieres encontrarme.

Dime, J. ¿vendrás? Hoy hago noche en Cáceres, una carreta espectral tirada por hilos invisibles. Alta tensión de días como ojos y noches de papel donde derramo el vino que permite olvidar y como, en cambio, con avidez, los sucios jirones del traje que un día tuve, resesos como pan de hostia. Y recuerdo.

Claro que depende de qué,
de cómo,
de para quién.

Ya nadie escribe, en todo caso. Ese dulzor sangrante es para ti y para mí, aunque tu no contestes. Odio estas mañanas. No me gustan las tardes. Las noches tienden sobre mí su mortuoria mueca de hilandera. Queda ese punto antes de amanecer (el cigarro que perfora la tela) donde los dedos silenciosos separan materia gris y escoria, equivocándose a menudo, y se posan, ausentes, sobre la barra vacía, presagios, cuervos y átomos... Me friego la cara con agua y manos, frente al espejo. Ya nadie contestará jamás, ¿verdad?

¿Vendrás?
Da igual, de veras,
para quién
y cómo
y para qué.

(Madrugada del 3 al 4 de enero de 09)

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Fue?