viernes, marzo 26, 2010

LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO (III)

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(Publicado originalmente el 22-4-09. Ligeramente modificado con respecto al original)

Pequeño Ratón y la free Press (I)

Me preocupa la desaparición de la prensa libre. Que viene a ser como preocuparse por la desaparición de los dinosaurios: un poco demasiado tarde, un poco como a destiempo, ¿verdad?. Pero uno tiene que saber en qué es bueno, y yo soy bueno en hacer las cosas a destiempo, cuando ya no hay solución y todo consiste en morir con honor bajo las eternas burlas de aquellos que decidieron, de acuerdo con su caracter y su temple, que era mejor pasar por el aro y que para quejarse ya están la iglesia y el bar. Esa es un poco (o un mucho) el alma de España al respecto: quejarse constantemente de una imposibilidad, llorar amargamente por la opresora mediocridad y la cerril reducción al absurdo, pero negarse a actuar cuando se ofrece en bandeja la opción. Del guerracivilismo hemos pasado, sospecho, a la pura y dura amputación, a la más patética de las autocensuras; y es triste, pero no difícil observarlo, si uno conserva más o menos intactas las cualidades críticas.

No todo es negro, cierto, también hay grises. En los últimos tiempos me he encontrado a más de un amigo (y a otros desconocidos varios) que en su paso hacia la madurez ha conseguido algo cercano a una lucidez rebelde y creativa. Sin ir más lejos, varios compañeros míos, amigos de correría antiguas de colegio mayor, han montado trabajosamente una excelente editorial, Salto de Página, que lleva un par de años facturando libros magníficos; libros que, sin perder potencial de comercio, mantienen un nivel de calidad ya poco habitual. Casi cualquiera de los que han publicado se come por las patas a los nombres que el marketing se ha encargado de santificar en los últimos años, fantoches mediáticos, pálidos clones de la américa mítica y otros paraisos artificiales, remedos del españolismo antañon sin más talento que un gato muerto en un charco de prejuicios a los que no me molestaré en citar porque los conocen ustedes por las columnas, las tertulias y los corrillos publicitados.

Su pelea, la de mis amigos, es la de las letras, y es carnicera, supongo. En lo que a prensa musical se refiere, que es lo que me toca, más que de luchar la cosa va de recoger los muertos que quedan después de la batalla y robarles lo poco que guarden de valor, que falta hará algún día. Los pocos vestigios de radicalidad se han ido extinguiendo con el tiempo en las revistas de tirada nacional. Quedan allí apenas algunos alienados francotiradores y, eso sí, mucho sabio cuya labor no es la de romper, si no la de consignar las tradiciones y transmitir los saberes con laborioso trazo de calígrafo; un trabajo digno y para el que yo me declaro incapaz, pero que es inevitablemente sepultado por la moda, por la pasta y por la dependencia de la publicidad; por el miedo a ser diferente, por las imposiciones del «público» (nadie parece darse cuenta de que el público no está, se hace) y, en fin, por ese eterno «es lo que hay» contra el que, se suponía, se rebelaba el Rock&Roll de manera esencial.

Se suponía, si, se suponía. Así las cosas, lo que queda es lo que estaba. El elemento base de la prensa libre musical siempre fue el fanzine y al fanzine volvemos, aunque sea vía blog, ese medio del que yo sospechaba en principio y al que ahora voy comprendiendo poco a poco. Son esos núcleos los que mantienen el pabellón, y ya está. Y el fanzine vive emparedado también, es cierto, acorralado entre su propia vocación minoritaria -elitista, se diga lo que se diga- y la realidad de que, aumentado y convertido en prensa general, su independencia (esa deliciosa mezcla de anarquía y voluntad) estaría contada en días o en minutos. Pero vive.

Así, pues, desencantados con la realidad de las cosas contra la que hemos perdido nuestra juventud -chocando una y otra vez, levantándonos trabajosamente-, sabiendo ya que la lucha a campo abierto es siempre de la caballería pesada, volvemos, que ironía, al punto de partida. Sólo existe el punto de partida, cuando se lucha contra un imperio, allí donde el pan se comparte, los capitanes son los más decididos y por encima no existe ningún Dios. Me dedico estos días, estas noches, cuando no trabajo para esa prensa general que tanto me gusta criticar, a edificar el mío propio, mi pequeño panfleto underground, junto con un puñado de disidentes y almas medio libres a los que la máquina no ha podido convencer aún, ni doblegar del todo, ni obligar a hablar en otras lenguas que la interior. Pronto estará en la calle y lo leerán otros cuantos fugados del mismo pelo; lo leerá la pobre e infraalimentada infantería espiritual de Madrid, que por suerte para los que la integramos, es, en su miseria, infinitamente más feliz y más plena que la de cualquier funcionario de la corte del faraón.

Entiendo que la gente me mire y arquee la ceja. ¿Qué hace uno entrados los treinta y dedicado a estas cosas de niños? Amigo, mírate a ti mismo y quizá descubras que la (o el) churri, el coche y la parejita no pasan de ser al cabo conquistas de pajillero adolescente. Deseos primarios y, que quieres que te diga, fáciles de alcanzar en el fondo, como siempre lo és el queso de las trampas. Quizá entonces, cuando lo reconozcas, puedas darle a ellos algo más de dignidad y odiarme a mí no por instinto, como ahora, sino sabiendo quién soy.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Matizo: PequeNo (y redondo) ratón.

(y, por favor, no dejes de deleitarnos con tus cosas de niño)