martes, marzo 15, 2011

CANCIONES PARA PERROS EN PELIGRO (II)




BANDA - LAMBCHOP
CANCIÓN - "The Scary Caroler"
DISCO -"How I Quit Smoking" (Merge Records)


Durante mucho tiempo mi tema favorito fue “All Smiles and Mariachi”. Me encantaba la subida final que parecía, falsamente, dirigirse hacia algún lugar. A través de los años quise hacerla con casi todas las bandas que tuve, pero nunca sucedió. “Life's Little Tragedy”, por otro lado, es quizá el mejor tema, objetivamente (aunque no es un disco de singles, sino de sensación), un ejemplo perfecto de ese fatalismo doméstico y expeditivo que Kurt Wagner borda con su impagable voz cicatrizada: “Uno por uno morimos/y nuestros secretos mueren con nosotros/no hay nadie más a quien echarle la culpa//(...)Yaces en tu cama, rezando por el sueño, pero nunca viene/nunca funciona así//Todo el resto está hecho/todo lo que puedes hacer es sentarte/y empezar un nuevo día”. Y sin embargo, cosas de la inmadurez, últimamente me ha dado por este “The Scary Caroler” que parece dos canciones en una, o tres. Un ejemplo vivo de que la influencia indie dio bastantes más frutos de los que se le reconocen, al contacto con cierto tipo de tradición. Lejos del country, cerca de Europa y de una concepción retorcida del ser que es más punk que folklore.



Y es que si Lamchop hubiesen aparecido ahora, alguien los hubiese etiquetado como “country noir” (juro que lo he visto en una cubeta, por ahí), probablemente con cierto atisbo de razón. Quizá haya más en lo que hace Wagner -o e lo que hizo- de Sisters of Mercy que de Hank Williams. Es una impresión, al menos, que me ha quedado de entonces, de cuando escuché “How I Quit Smoking” por primera vez, sin apenas darme cuenta de que tenía uno de los mejores títulos de la historia ni tampoco de su oscura, reposada, nocturnal grandeza. Con el tiempo, arreglos como los que ellos despachaban con tino llegarían a convertirse en una plaga nefasta, pero entonces el mundo era joven y nosotros también: los Tindersticks aún andaban despegando, yo ocupaba el tiempo que el hardcore me dejaba libre en razonar con mi novia de entonces por qué Oasis ni de coña, Blur tampoco y sin embargo Pulp sí, desde luego que sí, y escuchaba a Arab strap a todas horas, tumbado en el apestoso colchón sobre el que dormía, en un piso compartido con otros tres freaks (ahora vivo solo, pero el colchón sigue apestando).



Mierda, era el 96, y luego el 97. El 98 quizá. Hace una década y media, y la vida era distinta. Distinta para nosotros y distinta para Kurt Wagner, con toda probabilidad. El esfuerzo comunal de aquel segundo disco (un montón de gente y un montón de talento) no ocultaba que la mente detrás del proyecto era la de nuestro querido instalador de tarimas flotantes, un talento mayor en ese mundo de deliciosos talentos menores en el que cualquiera que aprecie la música pop está condenado a vivir. Era, el disco, un enigma personal nocturno y cálido, consignado en catorce escupitajos tabaquistas y cotidianos; poemas de lo real susurrados a la oreja de la noche americana que extendía de costa a costa su miseria y su luz. Era el día revisado con ojo agudo en excelentes letras, modestamente poéticas. El sonido -con los bajos mandando- y la orquestación -en estado de sitio- ayudaban a convertir en grávida la nostalgia y en poesía la ralentizada resignación con la que el chuletón en jefe musitaba, perfectamente audible, como quien palmea en el hombro de un amigo cuando ya el día se marcha. El pueblo. El curro. El dentista. Otra vez la voz. Y también el ruido y la furia contenidos en el puño en la segunda encarnación de “The Militant” o la violenta “Garf”. El feismo sosegado contra un almohadón de plumas. Tómate un café. Fúmate el último. En el tranquilo porche de Nashville donde Wagner (este, no el otro), charla con el despistado espíritu de Ian Curtis. “Y el cambio va así...”. “¿Así?”. “No, no... Así... ¿Ves?”.//LUIS BOULLOSA

1 comentario:

Anónimo dijo...

A los canes en peligro nos fascinan las All smiles del Lupus.