martes, julio 04, 2017

NEVER ENDING ROLLING THUNDER MINDFUCK SERIES (3)

(Disclaimer: Serie de reseñas diarias de viejos discos escogidos aleatoriamente de la colección del autor. Escritas como ejercicio mañanero de reconexión neuronal, lo constatado en ellas es con toda seguridad una deformación de la realidad, si tal cosa existe. Reclamaciones al maestro armero).



Reznik – “El Mal” (Alone Records, 2009)

A mí me gustaban Reznik, así que me dio pena  que su disco “El Mal” se (me) quedara tan cortito, tan soso, tan de una escucha y al cajón. Para cuando lo grabaron, en los estudios Brazil, llevaban casi cuatro años rodando y habían pasado por varios cambios de formación hasta terminar siendo un duo instrumental de guitarra (Diana) y batería (Lolo). En ese lapso habían tocado intensivamente, al menos en Madrid. De hecho estaban por todas partes si vivías cerca de ese underground capitalino de garitos pequeños, siempre tan efervescente, tan interesante y tan cutremente snob.

Estaban hasta en la sopa, sí, pero caían bien y no saturaban. En el escenario quedaba claro que no eran muy técnicos pero sí muy eficaces en lo suyo, en su idea: sabían usar una sobriedad gélida, encarnada principalmente en Diana, que siempre tuvo algo magnético. Eran un ejemplo del famoso menos es más que, sin tirar de espaldas, acababa por funcionar: su minimalismo naturista tenía un halo extraño, y esa cosa congelada de lo post Joy Division que siempre concede cierta atemporalidad muy útil para sobrevivir intacto al paso de los años.

Así las cosas, reconozco que esperaba que el disco fuese un paso hacia algo más allá y que me dejó perfectamente frío en el mal sentido. No creo, en realidad, que pase de ser otra maqueta, más larga y mejor empaquetada, si se quiere. El resultado es simple y monocromo, y hasta ahí todo bien, porque se entiende que esa era la idea, pero fracasa al intentar conjurar esa tensión que sí encontraban a menudo en el escenario. No me pregunten por qué fracasa, exactamente. Igual es que la imagen sí cuenta y, a solas música y oyente, algo se fractura y renguea. O puede ser que la primera vez en estudio les quedase grande, como nos ha pasado a casi todos. El resultado final ni siquiera es el aburrimiento, sino una especie de deslizamiento de la música a un segundo plano donde el mismo juicio se disuelve. Está, pero no está. Está, pero no importa. Es uno de esos discos que parecen irse por la rendija de la puerta a la habitación de al lado, por no molestar: tenía que haber sido un ejercicio de hipnotismo amateur y acabo saliendo niño tímido.

Eso sí, tienen uno de los mejores títulos madrileños de la historia: “El Goloso en llamas”. Fuera de ese hallazgo, muy poco que rascar. Si les hubiese salido bien; si hubiesen grabado el disco que yo creo que sí podrían haber llegado a hacer, podríamos hablar ahora –de nuevo- de Joy Division; y de un toque infantil/dadá en los cambios de ritmo  y las melodías de guitarra que parecería heredado de Wire; y de la influencia del black metal y del crust y el punk que lo parieron, evidente en las baterías; y de cómo estas se integraban de modo fluido en un discurso muy distinto. Incluso podríamos preguntarnos de dónde procedía toda aquella oscuridad juguetona, aquella pose de pantano gélido: si de las nieblas guturales del norte, de Tim Burton, del gótico inglés o directamente de la puta Madrid, que bastante oscura es cuando quiere. Pero ante un disco tan plano sería pura retórica vacía.

Quizá Reznik nos deban ese disco, el bueno. El que merecían y merecíamos.Mientras, en la página de Alone, donde los comparan con los Melvins, aún se puede adquirir "El Mal". Por un pavo y medio tampoco es tan mala compra.

Recuerdo que los entrevisté en el Rock Palace para el segundo número en papel de Kaput (mayo/junio de 2006; quienes tengáis semejante reliquia podéis consultarla). Por entonces aún estaba en la banda Laura, encargada del bajo. Fue una entrevista breve, algo perpleja por su parte, en la que tuve la impresión permanente de que ambas, Diana y Laura, se preguntaban a santo de qué quería aquel barbas entrevistarlas. Extraigo una respuesta a modo de botón generacional: “Las canciones siguen teniendo una especie de letras que incluimos en los libretos, como pequeñas explicaciones de los temas. Van sobre marcianos, sobre corazones negros, bodas que acaban con muertes… marcianadas. Y sí, intentamos transmitir una serie de ideas narrativas con la música. Pensamos: ‘Esta parte es cuando la novia se muere…’. Pero sobre todo marcianitos y oscuridades”.

Después citaban una serie de bandas de la época que les gustaban: Moho, Rip Kc, Peluze, The Joe K-Plan, Quid Rides, Psicotropia… Tirando de ese hilo se podría hacer un pequeño fresco de la música madrileña oculta con pretensiones, pewro cada cual tendría que añadir a sus propias ovejas descarriadas. En ese mundillo Reznik fueron bien tratados. Otras bandas de igual valía, sin embargo, no lo fueron tanto, y se me ocurre, sin ir muy lejos, La Familia Atávica, donde Lolo hizo baterías también, durante un tiempo. Ni mejores ni peores, igualmente mezclados con la pandi, igualmente novatos, descuadrados y raritos, aunque en línea muy distinta, a la familia no le hizo casi ni el tato. Podrían ponerse otros muchos ejemplos de “éxito” y de “fracaso” subterráneo que demostrarían que en ese ámbito, como en todos, no siempre es el bueno el que gana. ¿Qué elementos concedían por aquel entonces el beneplácito de la afición en un mundillo tan pequeñito y tan hiperconsciente como aquel? Aún a día de hoy me cuesta definirlo, y quizá sea carne de otro artículo. 

Diana sigue en activo, si no me equivoco con Desguaces Beni y con Hermanos Peláez. A Laura y a Lolo les perdí la pista hace mucho, en aquel mismo Madrid, futil y milagroso que ya se me va difuminando en la memoria.

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